Las Locuras de Isidoro Cañones  

"Brutal", "carcamán", "oxidado", "piola", "mequetrefe", palabras aprendidas en las páginas de las Locuras de Isidoro Cañones, quizá algunas de un anacronismo indiscutible, como los pantalones pata de elefante, las plataformas de las chicas de la "barra" y las "farras" de Mau Mau.  
Pudo haber cambiado en parte la vestimenta o el entorno para acordar con los setenta, pero había detrás treinta años de trabajo creativo respaldando su fama y alimentando las fantasías de niños y adolescentes que imaginábamos la noche de Buenos Aires gracias a sus historias. 
Años más, años menos, jamás prescindió de su polera y de su saco cruzado de anchas solapas a rayas, a cuadros, o de sus correctos breeches cuando había que pasar una temporada en la estancia del Coronel. 
Cachorra, su posterior compañera de andanzas, una especie de alter ego, le aporta un elemento esencial: lleva una piel de cordero adorable para engatusar a todos los mayores. ¿Conoceremos alguna vez a su abuelito protector o será siempre una entidad incorpórea?  
    En Mar del Plata nuestro play boy ha pasado noches inolvidables asomado alguna que otra vez por la playa con gafas oscuras. Isidoro se besa ¡en la boca! con una rica heredera europea a la luz de la luna sobre la explanada que comunica los edificios del casino en La Feliz. La escena tiene por marco al gran lobo de mar esculpido: la chica lleva una "solera sin espalda", él, un perfecto smoking en épocas en que al casino ya se podía ir sólo con corbata. El globito con puntitos suspensivos reza: "el chivo en el lazo...", Isidoro había cazado a una presa gorda y fue la única vez que lo vimos envuelto en una escena de "erotismo" explícito.  
 Memorables entregas: el "play boy mayor de Buenos Aires" por alguna razón decide desintoxicarse, locura que lo conduce a la agonía. El tratamiento de recuperación, suministrado en un sanatorio, consiste en pasarle alcohol a modo de suero y humo de tabaco con una mascarilla. Santo remedio.